Nuevas ideas para la economía del futuro

Carlos Mulas FMI
Carlos Mulas FMI

CARLOS MULAS GRANADOS  FMI 

A pesar de todo lo que se ha dicho sobre la crisis que nos acompaña desde 2008, aún desconocemos cómo se escribirá la historia con relación a los fallos de la ciencia económica que desembocaron en la situación actual. Se ha criticado mucho a los políticos por haber tomado decisiones erróneas antes y durante la crisis, pero se ha hablado muy poco de los errores de los economistas. Incluso en la fase actual de salida, los titubeos permanentes dentro de la UE para abordar la crisis de la deuda o las diferencias entre el enfoque europeo y el estadounidense obedecen a la competencia entre diferentes escuelas de pensamiento y constatan la insuficiencia de la teoría económica actual para dar recetas claras ante los problemas de hoy y del futuro.

La teoría de los efectos no keynesianos de los ajustes fiscales no funciona con tanta claridad
Necesitamos una nueva teoría sobre la conexión entre los precios de los activos y las burbujas

Apuntaré en este artículo cuatro áreas donde la economía tiene que superar sus planteamientos actuales y desarrollar nuevas recetas.

Primero, empecemos por la política fiscal. El principal problema con el que nos encontramos hoy es que estamos intentando aplicar las lecciones aprendidas en los años noventa a los problemas de una década después. Entonces, algunos economistas demostraron que los ajustes fiscales podían tener efectos expansivos si lograban generar expectativas suficientemente positivas para el sector privado. La idea era que los recortes centrados en las partidas más rígidas del gasto, como las transferencias y los salarios públicos, podían mejorar las expectativas fiscales de las familias y las empresas y alentar así su consumo y su inversión.

Pero aquel no es el mundo actual. Aquellas teorías fiscales de los noventa funcionaban en un contexto de estabilidad financiera y tras una constante expansión del sector público desde la posguerra que de verdad amenazaba en algunos países con asfixiar al sector privado. Hoy, sin embargo, hay países como España donde el crédito sigue sin fluir y es precisamente en el sector privado -familias y empresas- donde están los problemas. En este contexto, la teoría de los efectos no keynesianos de los ajustes fiscales no funciona con tanta claridad y está mucho más sujeta a las características propias de cada país.

El segundo problema que creo que debe atender la profesión económica es el de la política monetaria y su incapacidad para evitar las burbujas financieras. La práctica de los últimos quince años ha sido que los Bancos Centrales establecían un objetivo de inflación (basado en el IPC) y en función de eso fijaban los tipos de interés y el dinero en circulación. Pero los modelos financieros empleados no han sido capaces de evitar las burbujas que vienen sucediéndose cada cierto tiempo.

Al establecer el foco en los precios de los bienes y servicios que los ciudadanos consumen a diario, la política monetaria de los bancos centrales no se ha acomodado bien a la evolución de los precios de los activos en los que estos invierten sus ahorros, como las acciones de las empresas tecnológicas, los fondos de pensiones, las viviendas, las materias primas, o muy recientemente, la deuda soberana. De hecho, al observar que una economía tiene una inflación baja, la política monetaria tiende a relajarse, caen los tipos de interés reales, incluso tornándolos negativos, y se induce así el crecimiento del crédito y la inversión especulativa.

Por tanto, en términos teóricos, necesitamos nueva teoría capaz de integrar mejor la interconexión entre los precios de los activos y las burbujas financieras. Junto a ello, es preciso incorporar criterios anticíclicos en la política financiera. Es decir, los requisitos de reservas de capital que se exigen a los bancos deberían ser más altos cuando la economía vaya bien (es decir, ahorro en tiempos de bonanza), y relajarse cuando la actividad decaiga para que sigan haciendo su función de dar crédito a las familias y a las empresas, evitando que las recesiones se prolonguen en el tiempo.

El tercer desafío consiste en incorporar supuestos más realistas a nuestro esquema central. A nivel micro, la ciencia económica se asienta sobre la presunción de que los individuos se comportan racionalmente y maximizan sus funciones de utilidad. A nivel macro, entendemos la actividad económica como la multiplicación de la producción de bienes y servicios, en un contexto de recursos escasos. Y en relación con la asignación de esos recursos y la distribución de los mismos estamos convencidos de que el mercado es el mecanismo más eficiente, aunque sepamos que no es siempre el más equitativo.

Pero la realidad se ha mostrado tozuda y estamos ante el gran reto de superar esos esquemas. En el futuro, tenemos que incorporar comportamientos emocionales a nuestra teoría microeconómica, y las funciones de utilidad que asignamos a las personas deben recoger mejor el impacto que nuestra actividad económica genera en nuestro entorno y viceversa, con el objetivo de acomodar mejor los comportamientos destructivos y las motivaciones altruistas. Hasta ahora, las acciones solidarias eran vistas como irracionales, o lo que es peor, como parte de un cálculo egoísta para obtener la satisfacción moral de ayudar a tus semejantes. Asimismo, debemos integrar la sostenibilidad en nuestros modelos macroeconómicos, para que crecer no solo sea aumentar las cantidades de productos, sino la calidad de los mismos, con el objetivo de avanzar hacia sociedades más prósperas. La confluencia entre la economía y la ecología es el área más prometedora de la investigación económica de los próximos años.

Finalmente, el cuarto reto es el más complicado de todos, porque consistirá en desarrollar nuevas teorías que asuman que la economía no tiende hacia el equilibrio, sino hacia los desequilibrios. Desde que Hicks desplegó a mitad del siglo pasado un esquema de estática comparativa para explicar que la economía se movía en torno a tres equilibrios simultáneos -en el mercado de bienes, el de dinero y el de bonos- los avances han sido importantes pero no definitivos. Hay que tener en cuenta que Hicks tenía la visión de un físico, y aplicó el esquema de equilibrios y predicciones de la física de Newton a la economía. De hecho, los departamentos de economía de las universidades dejaron de llamarse departamentos de economía política y comenzaron a llamarse departamentos de economía, para asemejarse a los de físicas.

Es cierto que se han incorporado las imperfecciones y las asimetrías de los mercados a nuestros modelos, pero más como excepción de la regla que como núcleo permanente del modelo central. Todo aquel esquema ha de evolucionar y debe transitar hacia teorías económicas cuyas predicciones tengan en cuenta también los contextos históricos e institucionales, los ciclos electorales y las preferencias ideológicas, como ya hacen los politólogos, aunque con menor sofisticación matemática. Hay que reconocer que muchas veces la mano invisible del mercado no se ve porque no existe. Es la mano visible del Estado la que genera las garantías regulatorias para que los mercados funcionen en competencia, la que reasigna recursos para compensar sus inequidades, la que facilita certidumbres a medio plazo, y es también la que lidera las apuestas sectoriales estratégicas que son tan necesarias en momentos de cambio de modelo productivo como en el que hoy nos encontramos.

En conclusión, necesitamos urgentemente nuevas ideas en al menos cuatro áreas -la política fiscal, la política monetaria, el crecimiento sostenible y las expectativas racionales-. Y esas nuevas ideas deben tener en cuenta que la economía no es una ciencia sino un arte que usa instrumentos científicos, y por eso es más parecida a la medicina que a la física. Usamos mediciones, pruebas y datos, pero el éxito de nuestras predicciones y nuestras terapias dependen de nuestro acierto en incorporar el entorno y la psicología de los individuos. El reto es enorme, pero merece la pena intentarlo.

Carlos Mulas

¿Una Cuarta Vía para la socialdemocracia?

La crisis de la democracia

El centroizquierda puede empezar a recuperar la hegemonía perdida si hace tres cosas: incorpora nuevos valores, moderniza sus programas y amplia su campo de acción. Pero debe hacerlo en el ámbito internacional

CARLOS MULAS GRANADOS FMI

Desde hace tres años, los pensadores y políticos ligados a la Tercera Vía discuten la manera de superar aquel paradigma, ante la convicción de que las victorias electorales sólo llegarán de la mano de una nueva refundación ideológica. Algunos de esos autores han participado en el debate que este diario viene alimentando sobre el futuro de la socialdemocracia, y la realidad es que las aportaciones se están multiplicando desde que los progresistas están en la oposición en la gran mayoría de las democracias avanzadas. De momento, predominan los diagnósticos y escasean las nuevas ideas. Así que, aun a riesgo de ser criticado, optaré en este artículo por exponer los elementos que en mi opinión podrían empezar a formar parte de una Cuarta Vía para la socialdemocracia.

Comencemos por el punto de referencia: la Tercera Vía fue una evolución ideológica de la izquierda que en los años 90 obtuvo sucesivas victorias electorales, con propuestas que adaptaron el programa progresista excesivamente dependiente del Estado a la globalización económica y al individualismo social. Aquella opción supuso una alternativa real al socialismo del siglo XIX y la socialdemocracia de mediados del XX, aunque también tuvo sus detractores porque se movía aún más al centro, se acercaba a los mercados y abogaba por reformar el Estado sin prejuicios. Su máxima era que había que actualizar los medios de forma permanente para conseguir los fines de las fuerzas progresistas en un entorno que ahora cambia a toda velocidad. La apuesta estuvo bien, y esa lógica sigue vigente, pero su capacidad transformadora fue limitada y la crisis financiera terminó definitivamente con algunos de sus mejores discípulos. Desde entonces, la necesidad de renovación ideológica de la izquierda es aún más profunda, y creo que la socialdemocracia puede entrar en una cuarta fase hegemónica si hace tres cosas: incorpora nuevos valores, moderniza sus programas y amplia su campo de acción.

En relación con los valores, la preferencia de los socialdemócratas por la igualdad, como mejor garantía para el disfrute pleno de la libertad individual ha de ser complementada. La igualdad y la solidaridad entre personas distintas se está debilitando con la modernidad, y por eso hay que hacer un nuevo esfuerzo por vincularla más a la condición humana que todos compartimos y menos a la clase social a la que pertenecemos. Al difuminarse la frontera entre asalariados y autoempleados, entre ejecutivos y accionistas, o entre emprendedores y empresarios, la empatía no puede construirse sobre la base de lo que cada uno hacemos (porque eso varía con el tiempo) sino sobre la base de lo que somos y sobre la aspiración compartida de un futuro mejor. Por tanto, el humanismo y la sostenibilidad deben colocarse de nuevo en el centro del esquema de valores progresista.

El humanismo y la sostenibilidad deben colocarse en el centro de los valores progresistas
Respecto a los programas, estoy convencido de que los progresistas no recuperarán su credibilidad como gestores políticos si no son capaces de poner sobre la mesa un paradigma socioeconómico distinto. Y no debe ser una utopía irrealizable. La gente va a seguir respondiendo a incentivos económicos, y va a preferir lo barato frente a lo caro, acumular frente a pedir. Por ello, ese nuevo paradigma debe ser tan eficaz como el actual en la generación de bienestar material, pero más solvente a la hora de proporcionar felicidad, sostenibilidad y estabilidad. El modo actual de producción y consumo de bienes y servicios tiene tres problemas: genera residuos, genera pobreza y genera burbujas. Y los remedios que se han venido intentando ex post para resolverlos (como el reciclaje, la redistribución o la reestructuración) terminan siendo a veces ineficaces y casi siempre muy caros. Por tanto, la nueva economía tiene que abordar estos problemas ex ante, convirtiendo las industrias medioambientales y sociales en motores mismos del proceso productivo, con capacidad para generar bienes deseados por la población, que se puedan comprar y vender: los coches eléctricos o las escuelas infantiles son dos buenos ejemplos en esa dirección.

Junto a un nuevo paradigma económico, la socialdemocracia de cuarta generación tiene que proponer un nuevo tipo de sociedad, donde la dicotomía entre Estado y mercado no lo ocupe todo, y donde el espacio para los compromisos de los ciudadanos con su espacio comunitario sea mucho mayor. Esa debería ser una sociedad en la que clasificar a los individuos en función de tipologías sería mucho más complicado: los parados podrían combinar prestaciones con empleos en prácticas; los pensionistas podrían realizar actividades productivas; y los estudiantes podrían trabajar por horas, y viceversa. En esa sociedad, las acciones individuales positivas para la comunidad, como el voluntariado, la donación o el asociacionismo podrían sumar puntos en un carnet de ciudadanía. Y en todo caso, la lógica que movería ese tipo de sociedad híbrida sería la voluntad de generar oportunidades permanentes de superación personal para todos sus integrantes. La creación de un fondo para la igualdad de oportunidades recurrentes, que en unas semanas presentará la Fundación Ideas, podría ser una buena iniciativa en esa dirección.

Por último, me referiré a lo que considero el punto más importante de esta cuarta vía socialdemócrata, la internacionalización de su ámbito de acción. El abandono del Estado-nación, la creación de una democracia global, el establecimiento de un gobierno para la economía internacionalizada y la introducción de una administración compartida para los bienes públicos globales, deben dejar de ser asuntos marginales de la agenda progresista, para convertirse en su apuesta principal. Al mismo tiempo, la globalización de la democracia será insuficiente, si no se profundiza y mejora su funcionamiento. Por ello, me parece fundamental complementar la clásica división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) que ordena la arquitectura institucional de los Estados modernos con la incorporación del poder mediático y el poder financiero. La financiarización de la política o la mediatización de la justicia, son problemas en los que no pensaron los ilustrados del siglo XVIII, pero que deben abordarse sin dilación. Si de verdad aspiramos a mejorar la forma en la que gobernamos nuestras sociedades, esos dos poderes tienen que integrarse plenamente en el sistema en que ya están integrados los otros tres poderes democráticos.

Es necesario un nuevo tipo de sociedad donde la dicotomía entre Estado y mercado no lo ocupe todo

En definitiva, creo que hay más elementos para avanzar hacia una Cuarta Vía de la socialdemocracia que los que motivaron el surgimiento de la Tercera Vía. Esa evolución no consistiría en una decisión sobre si girar al centro o a la izquierda, sino en apostar por dar un salto hacia adelante. Sería una apuesta radical de progreso, en el sentido estricto de superar los intereses creados, los prejuicios establecidos y asumiendo el riesgo de avanzar y rectificar cuando sea necesario.

Esa Cuarta Vía sumaría a los valores de libertad e igualdad el de la sostenibilidad; complementaría la aspiración de bienestar material con la felicidad que provoca la calidad medioambiental y la seguridad que garantiza la cohesión social. En términos prácticos, los programas electorales de los partidos que apostaran por esta opción ofrecerían un programa económico distinto al de la derecha liberal. Un programa en el que el impulso a sectores innovadores como las energías renovables, la biotecnología, las industrias culturales o las industrias sociales se convertirían en motores mismos del nuevo modelo de crecimiento. Un programa que renovaría los instrumentos tradicionales del Estado de bienestar para pasar de re-distribuir rentas a pre-distribuir oportunidades a lo largo de todo el ciclo vital de los ciudadanos. Y un programa que, en último caso, aspiraría a tener el apoyo de electores cosmopolitas de distintas procedencias pero identificados todos ellos entre sí por su compromiso humanista.

En definitiva, puede que la crisis no sirva para refundar el capitalismo, pero si sirve para refundar la socialdemocracia, habremos llegado al mismo lugar por un camino distinto.

 

Carlos Mulas